sábado, 6 de junio de 2009

Homilía. / de junio 2009.

SANTÍSIMA TRINIDAD. 2009.

En el seno de las familias cristianas hemos aprendido a trazar la señal de la santa cruz al mismo tiempo que invocamos la Santísima Trinidad: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Nos sabemos marcados y protegidos por este Dios que se muestra cercano al pueblo y a cada uno de sus miembros, no por ser grande y numeroso, sino precisamente por ser pequeño, sencillo, explotado e incomprendido. Un pueblo de larga historia que cuenta historias de un hombre que fue invitado por Dios a salir de su tierra, del clan paterno y fiarse de un Dios que le iba a guiar hacia una tierra y una gran descendencia, Lo único que se le pedía a nuestro padre Abraham era confianza, fe, plena esperanza en la Palabra de Dios. Un Dios cercano a los hombres, a su pueblo, con su Palabra y con su sabia Ley que nos enseña el camino de la vida.
Pero el Dios de Abraham todavía quiso acercarse más a los hombres y mujeres que quisieran abrirle el corazón. Y en la “plenitud de los tiempos”, incomprensiblemente la Palabra de Dios “plantó su tienda entre nosotros”, se hizo carne, no sólo hablaba nuestro lenguaje, sino que “era uno entre nosotros” . Y aquel que “ilumina a todo hombre que viene a este mundo, no fue comprendido, sólo después de rechazarle y clavarlo en cruz, después de experimentarlo lleno de vida, con la fuerza del mismo Espíritu, nos dimos cuenta de que “era el Señor”, Era aquel “Dios con nosotros” tantas veces anunciado en el Antiguo Testamento.
El gran misterio en quien creemos los cristianos, con los judíos y los musulmanes es que Dios es uno y único, pero nos diferenciamos de judíos y musulmanes, los cristianos, en que a la vez que confesamos al Dios único, aceptamos que en esta unidad hay tres personas que se relacionan con la humanidad. Dios Padre. Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Un único Dios que entra en relación con nosotros en trinidad de personas.
Cristo nos ha revelado al Padre a la vez que nos ha enviado desde el Padre al Espíritu que nos lleva al conocimiento de este gran misterio de Amor.
El Espíritu que se nos da grita en nosotros “Padre”, dirigiéndose a Dios, es el mismo Espíritu que nos ayuda a reconocer a Cristo como “el Señor”, es decir, Dios.
Cristo antes de volver a donde procedía nos promete su asistencia hasta el fin de los tiempos a la vez que nos confía hacer discípulos suyos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, enseñándoles todo lo que Él nos mando.
Estamos marcados por la Santísima Trinidad, que se nos note en nuestra manera de vivir y de decir. No temamos manifestar el gran amor con que Dios ama a todos los humanos.
P. Miguel Bonet Nicolau C.R.